lunes, 18 de octubre de 2010


Sin título I  

Algunas veces una imagen parece ser como una especie de absolución en un poema, nos detenemos ante ella olvidando el resto del texto poético y nos entregamos a la sensación —me entrego a la sensación— de que es un todo, mientras lo otro por un instante se ajeniza; eso me ha sucedido con ciertas preguntas que inevitablemente me llevan a pensar en el amor y la fidelidad ante el otro en la que el resto del mundo se extingue. Pienso que los poetas escriben intentando aproximarse a lo universal, o como mejor lo explica Pessoa, tratan de objetivar el mundo, que la emoción sea capaz de nombrarnos, que la memoria esté allí y nos representemos, pues finalmente todo es una especie de memoria de nuestros días, todo está cubierto de memoria.
              Desde hace algunos días he estado prendada de una hermosa pregunta, y si comencé a escribir sobre las imágenes poéticas, es porque es una imagen que a la vez es pregunta. Pienso en cómo en esa pregunta se sostienen nuestras miradas al amor; su belleza no sería la misma si ésta fuera una afirmación, pues las preguntas tienen la posibilidad de involucrarnos en lo indescriptible, más aún si se trata de una pregunta poética, que está escrita para todos pero finalmente es íntima, parece que hubiese estado escrita para cada uno de nosotros porque cada uno le dará una respuesta diferente, porque cada uno pensará en algo diferente cuando se cuestione de qué ojos es prisionera su fidelidad, cada pregunta puede merodear en la cabeza como esas canciones que nos acompañan con y sin nuestro consentimiento y están allí más bien como un reflejo más de nuestros días, canciones que pueden guardar las más hermosas imágenes poéticas o asombrarnos por su banalidad.
            Pero esta vez estoy pensando o hablando acerca de las preguntas que pueden encontrarse en un poema, pienso en “¿cuántas veces mi fidelidad es prisionera de tus ojos?”, lo pensé un día que por un azar escuché las palabras que deseé escuchar años atrás tras esos juegos de infinitas posibilidades al escuchar no sólo algo sino la nostalgia de lo ido, pensé en ella en uno de mis viajes en bus, justo en ese momento en que se ciñe el ocaso y nos acompaña el juego de la noche. Un camino no es el mismo cuando nos acompañan las palabras. Las palabras son el camino.

1 comentario:

DINOBAT dijo...

Mientras sean la verdad...